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LETRAS DESNUDAS

18 Julio 2017

MARIO CABALLERO

CIUDADANIZAR LA POLÍTICA

¿Quién manda en ese territorio?”, pregunta un personaje del cuento ‘Luvina’ de Juan Rulfo. En el cuento, cuando alguien se refiere al Gobierno y dice que su madre es la patria, otro responde: “El Gobierno no tiene madre”. En respuesta a la pregunta, la partidocracia mexicana es quien ha mandado en este territorio.

A diecisiete años de la alternancia democrática en México, los partidos políticos son más un obstáculo que un instrumento de la democracia. Gozan de descrédito, pero siguen incrustados en el poder, donde hacen negocios millonarios. Y poco les importa la opinión que se tengan de ellos, porque se asignan recursos sin la más mínima supervisión ciudadana. En cualquier evaluación todos ganan en dos grandes rubros: la corrupción y la impunidad. La transa produce.

Si algo han dejado claro los últimos procesos electorales es que la clase política sigue interesada en lo que siempre ha estado interesada: en su perpetuidad en el poder para agenciarse de una u otra manera todos los privilegios y ventajas que implica ser parte del aparato político mexicano. No faltará quien diga que no todos los partidos son iguales y que hay que tener mucho cuidado con la generalización. Algo hay de cierto en esto.

El PRI ha tenido la habilidad del camaleón para venderse como una institución intachable, sin mancha, irreprochable, al mismo tiempo que se le descubren asquerosidades que cada vez son peores y más pestilentes que las anteriores. Sin embargo, las tropelías no se limitan al PRI. Ni de lejos. Porque de alguna u otra manera todos los partidos tienen una larga cola que les pisen y ninguno ha dado muestra de ofrecer ese camino hacia la reconciliación que el país necesita entre gobierno y gobernados, partidos y ciudadanos. Al final de cuentas, a los organismos políticos les interesa la política y después, mucho después, los mexicanos.

Esta es una verdad que no se le escapa a nadie. De ahí que sea natural la añoranza de una figura diferente, de propuesta, fresca, esperanzadora. Debemos darnos cuenta que la sociedad ya no vota por los partidos sino por la gente, por el perfil de los candidatos, por los ciudadanos que le ofrecen lo que nunca han logrado darles las organizaciones. Y esto es lo que todos debemos impulsar.

PERSONAS Y NO PARTIDOS

El triunfo de Emmanuel Macron como presidente de Francia trajo consigo un fenómeno muy revelador en México: el entusiasmo por la llegada de una figura política que prometa independencia con los vicios del sistema se debe al hartazgo de la gente hacia los partidos que navegan entre el cinismo, los delirios de grandeza y la incapacidad de gobernar.

Hace casi treinta años, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, el hijo del General que traía un nombre mítico, simbolizó en el lejano 1988 la entrada a ese paraíso inexistente e inaccesible para los mexicanos: la democracia.

El perfil de Cárdenas Solórzano, como el de Macron, era interesante no sólo porque era un político exitoso, de gran trayectoria y buen gobernante, sino que al tener el valor y la inteligencia de levantar un movimiento que se conoció como la Corriente Democrática, que surgió incluso en el partido oficial, le dio voz a una inconformidad muy amplia y generalizada en la República: la inconformidad por el deterioro económico del país, por los niveles de vida, por la entrega de la nación a intereses extranjeros, por la vulneración de la soberanía, por la corrupción y el desvío de los objetivos democráticos.

 

Cárdenas fue un líder que logró concretar un acuerdo histórico entre tres partidos que formaron el Frente Democrático Nacional (FDN). Con esa coalición se llevó a cabo la más amplia y participativa campaña política de los últimos cincuenta años. Pero a pesar del fraude electoral en la jornada del 6 de julio, con el que la izquierda política nacional perdió la Presidencia, lo que un día inició Cárdenas dio lugar a un movimiento de la sociedad que excedió a los partidos y cuyas consecuencias se viven hasta el presente.

A partir de ese momento se entendió que el pueblo no quería saber más de los partidos y la partidocracia, sino que se entendía mejor con las biografías, currículums y perfiles de las personas. Eso llevó finalmente a Cuauhtémoc Cárdenas a ganar la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México el domingo 6 de julio de 1997. Así fue como obtuvo la democracia una de sus primeras victorias ante el autoritarismo del tricolor.

Hace tiempo escribió Simone Weil que “un partido político es una máquina de fabricar pasión colectiva”. Pero tarde o temprano, el partido distorsiona la realidad para beneficiarse de ella y confunde los medios con los fines. Es decir, las convicciones se olvidan en aras de conseguir más dinero, más militantes y más puestos de poder. Este afán los envileció y degradó, a tal punto que nadie cree en ellos.

Muchos dirán que Vicente Fox llegó en el momento en que ya nadie quería saber más del PRI y que por eso ganó. No obstante, su perfil no era el común entre los políticos ni entre los candidatos del momento a la Presidencia, pues era un hombre de gran visión empresarial que en tan sólo ocho años alcanzó la presidencia de la división de América Latina de la compañía Coca-Cola. Por esa y otras razones biográficas, la sociedad le dio su consentimiento para que él fuera quien inaugurara una nueva etapa en México, el de la alternancia democrática.

 

En Chiapas, por ejemplo, Pablo Salazar Mendiguchía terminó con la supremacía del PRI por mostrarse ante la sociedad como una persona venida de la clase humilde, luchona, con arraigo familiar, hijo de maestros rurales y de vocación evangélico-cristiana. Su perfil le fascinó a la gente y lo dio su voto en las elecciones de 2000. Era del PRD, pero muy pocos se dieron cuenta de eso. Lamentablemente, fue un rotundo fracaso.

En 2006, la lucha por el poder no fue entre partidos, sino entre los nombres. Por un lado estaba el ex priista Juan Sabines Guerrero con una meteórica carrera política que lo llevó a cosechar varias victorias al hilo y con su famoso apellido. Sólo eso. Por el otro, José Antonio Aguilar Bodegas, priista de toda la vida pero gozoso de su buen prestigio, que lo postulaba como el mejor para gobernar el estado entre otras cosas por su larga trayectoria política, sus resultados y su valiosa experiencia en la administración pública.

En 2012, ningún otro candidato al gobierno de Chiapas tenía el reconocimiento, la trayectoria, la experiencia y el carisma de Manuel Velasco Coello, que ganó la elección con un millón 114 mil votos. Fue postulado por el PVEM y el PRI, pero eso de nada importó. Triunfó el hombre y no las siglas.

De votar por los partidos, la gente pasó a confiar en las personas.

CIUDADANIZACIÓN

Hoy los gobiernos, especialmente en Latinoamérica, están rebasados por muchas causas y el deterioro de las instituciones es evidente, incluyendo a los partidos políticos. Frente a ello es necesario oxigenar la vida pública como lo han hecho las democracias consolidadas de Europa. Se debe ciudadanizar la política, lo cual requiere poner en el centro de las decisiones al ciudadano, no a los partidos ni a sus ideologías. La persona y su desarrollo debe ser el punto neurálgico de la vida pública.

 

Por eso es encomiable que en el PRI nacional se esté cocinando una reforma estatuaria que propone abrir todas las candidaturas del partido, aun la de la Presidencia, a “ciudadanos simpatizantes” con buen nivel de competitividad, distinción y aprobación en el electorado con base en su prestigio y encuestas. No será del agrado de todos los priistas, pero es un avance en la democracia y un fuerte estímulo para la credibilidad del propio partido.

Si el 2000 fue el año de la alternancia democrática, el 2018 puede ser el inicio de una etapa en la que se solidifique lo que empezó hace casi tres décadas con Cuauhtémoc Cárdenas, donde los partidos pasen a segundo término para darle paso a las personas. Obvio, es un anhelo que surge del hartazgo y la indignación. Pero también de la esperanza de renovar la clase política de México.

Si los partidos fallaron, bienvenida sea la era en que se abre un ámbito de ciudadanización de la política, donde los puestos de gobierno se disputen entre la inteligencia, el honor, el prestigio, el buen nombre y la fama pública de las personas. ¡Chao!

@_MarioCaballero

yomariocaballero@gmail.com

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