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LETRAS DESNUDAS

04 mayo 2019

MARIO CABALLERO

DESDE ABAJO DEL MAR

Ayer, 3 de mayo, se conmemoró el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Esta fecha, más allá de ser motivo para lanzar campanas al vuelo, es la oportunidad para evaluar dicha libertad, para defender a los medios de comunicación y rendir honores a aquellos periodistas que perdieron la vida en el desempeño de su profesión.

Pero, ¿qué importancia tiene conmemorarlo cuando en lo que va del año son ya cinco los periodistas asesinados?

El primero de ellos fue Rafael Murúa, asesinado el 20 de enero a pesar de haber estado incluido en un programa gubernamental que ofrece protección a periodistas en riesgo. Su cuerpo fue hallado a la vera de una carretera 24 horas después de que se reportó su desaparición. Lo habían acuchillado y tenía un disparo en la cabeza. Era director de una radio comunitaria en Baja California Sur.

Le siguió el locutor Jesús Ramos Rodríguez, conocido como “Chuchín”, fue ultimado el 9 de febrero en el municipio Emiliano Zapata, en Tabasco. Pereció en el hospital a causa de varias heridas de arma de fuego.

Reynaldo López también era locutor, en Hermosillo, Sonora. Lo asesinaron a tiros el 17 de febrero.

El periodista Santiago Barroso murió la noche del 15 de marzo, después de que un hombre armado le disparara a quemarropa en la puerta de su domicilio en el municipio San Luis Río Colorado, Sonora. Recibió dos impactos de bala en el abdomen y otro en la clavícula, pero logró correr y, herido como estaba, pidió una ambulancia vía telefónica. Falleció en el hospital. Era reportero, locutor, director del portal de noticias Red 653 y colaborador del semanario Contraseña, en los que informaba, entre otros temas, sobre el narcotráfico.

Telésforo Santiago Enríquez es el quinto periodista asesinado en 2019 y el octavo en los cinco meses del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Él fue emboscado cuando circulaba en su automóvil por el barrio Ampliación Tres Cruces, en el municipio de San Agustín Loxicha, Oaxaca. Se dirigía a la cabina de radio El Cafetal, que él mismo había fundado.

La violencia en México ha provocado que cientos de empresas trasnacionales se vayan a otros países, además está acabando con la economía, convirtiendo al territorio mexicano en un camposanto y ahora está matando periodistas.

Al finalizar el gobierno de Enrique Peña Nieto, que no pudo hacer nada en la fracasada lucha contra el narcotráfico, reportó el asesinato de 47 comunicadores. Nada más en 2017 fueron ultimados 12 periodistas, según Amnistía Internacional que indicó que ese año la violencia extrema aumentó en todo México.

Ante esa crisis, el gobierno peñista ofreció una explicación simple y rutinaria: las bandas disputan entre sí por las rutas y las plazas.

MULTIPLICACIÓN DEL CRIMEN

En el marco del Día Mundial de la Libertad de Prensa me di a la tarea de curiosear por internet. En la barra de búsqueda de Google escribí “periodista asesinado en”, y para terminar la frase me aparecieron en automático los siguientes resultados: México, Veracruz, 2019, 2018, 2017, México desde 2006, el mundo y 1994, este último se refería a un artículo del diario El País que hablaba acerca de 72 periodistas asesinados en el mundo, de los cuales 58 fueron por motivos políticos.

Queriendo saber por qué matan a los periodistas escribí “violencia contra periodistas” e inmediatamente me apareció: en México, en Guatemala, en Venezuela, en Colombia y en Latinoamérica. Por el tema de violencia busqué “balacera en” y las opciones que me ofreció el buscador fueron: Minatitlán, Tapachula, San Cristóbal de las Casas, Zinacantepec, Cancún, Reinosa y Veracruz.

Luego busqué “secuestro” y los resultados fueron: Chiapas, Reforma Chiapas, México, Coatzacoalcos, Monterrey, Guadalajara, Tijuana, Tecámac y Oaxaca. Después escribí “enfrentamiento” y el algoritmo me arrojó: Minatitlán, Oxchuc, San Cristóbal de las Casas, Yajalón, Jalisco, Aldama, Reinosa, Río Bravo, Nuevo Laredo, Puebla, Sinaloa, Veracruz, Chihuahua y Zihuatanejo. Por último, “cobro de piso en”: Apodaca, Xalapa, Acapulco, México, Ciudad de México, Tijuana, Querétaro, Puebla, La Condesa, Laredo, Michoacán y Tampico.

Como podemos ver la violencia está en todas partes. Se ha ido esparciendo en lugares donde hace una década no teníamos ningún reporte. Por ejemplo, el estado que acumuló el mayor número de víctimas de homicidio en el primer trimestre de 2019 no fue el Estado de México, tampoco Guerrero, sino Guanajuato, con 947 homicidios.

La violencia criminal está ahora en la sierra, en el sur, en los estados del norte, en la frontera, en las grandes urbes y hasta en las rancherías, donde antes lo más escandaloso eran los pleitos de borrachos. ¿A qué se debe esa dispersión del crimen? Pido una disculpa por mi ignorancia. Lo único que puedo ofrecerle es una teoría.

Antes del gobierno de Vicente Fox la delincuencia estaba dominada por seis o siete organizaciones que se dedicaban en específico al narcotráfico. Por tanto, la violencia de los cárteles se concentraba en las zonas de producción del cultivo ilícito y en las rutas de tráfico de drogas, como ciudades fronterizas y puertos.

Pero al ser enfrentadas por el Estado sus estructuras fueron mermadas y muchas perdieron a sus líderes en los tiroteos o están en prisión. Esta fragmentación, desde luego, vino a multiplicar los cárteles en pequeñas células que hoy se presume son alrededor de quince o más, entre ellas los Rojos, Guerreros Unidos, Tequileros, Ardillos, Metros, Viagras, et al.

Ahora bien, estas bandas de reciente creación no tienen la misma complejidad que sus antecesoras. No tienen los contactos en Colombia para mover decenas de toneladas de cocaína. No cuentan con las redes de distribución ni con los socios en Estados Unidos. Por lo cual se dedican a secuestrar, robar, extorsionar y en poca medida a traficar drogas. A la sazón, si su operatividad no es sólo contrabandear narcóticos sino explotar las economías locales, cualquier lugar en México les parece bueno.

NO SON HÉROES

La guerra contra las drogas comenzó a ser del interés de numerosos reporteros. Después de cubrir política o economía, pasaron a estar cara a cara con la violencia. Y como la responsabilidad del informador no se limita a levantar los inventarios de los daños, sino a alertar lo que se pierde con esos daños, vive amenazado.

La función de los periodistas no sólo es informar, sino que a través de esa función se denuncian abusos de poder, complicidades, actos de corrupción, etcétera, y eso pone en evidencia a la clase gobernante. Y por esa importante labor social muchas veces son asesinados y sus muertes pasan desapercibidas.

¿Quién los protege?

En 2011, Marcela Turati, fundadora del colectivo Periodistas de a Pie y autora del libro Fuego Cruzado, acompañó a las madres que buscaban a sus hijos en una de las tantas fosas comunes descubiertas en San Fernando, Tamaulipas, y una de ellas le dijo: “¿Para qué vienen ahora? Llevamos mucho tiempo hablando sin que nadie nos escuche. Parecía que hablábamos desde abajo del mar”.

Esa misma impotencia la padecen ahora mismo los que escriben, los que narran las historias del narco desde los periódicos, los que dignifican el oficio reporteril trayendo el horror a las páginas. Es irónico que quienes mucho hablan no logran ser escuchados. Parece que hablaran desde abajo del mar.

Hemos vivido una de las campañas electorales más complicadas de la historia reciente. Y a lo largo de los meses ninguno de los entonces candidatos a la Presidencia de la República habló si quiera de los atentados contra los medios de comunicación. Menos aún de propuestas firmes para proteger la libertad de expresión y acabar con la violencia que nos atañe a todos. Ninguno fue capaz de hablar del problema. Por eso los periodistas siguen muriendo.

La amnistía para los criminales y asesinos que ofrece el presidente López Obrador no remedia nada, porque eso sólo da impunidad a quienes han dejado huérfanos a miles de niños. Lo que se necesita es hacer leyes, instituciones, políticas y programas que garanticen el derecho de prensa, la libertad de expresión y que nunca más un periodista sea asesinado por decir la verdad. En otras palabras, reestablecer el orden público en un acto de defender al más débil frente al poderoso.

El escritor Alan Moore dijo que el arte de ser héroe es saber cuándo dejar de serlo. Pero México no necesita héroes, sino la garantía de que ejercer el periodismo no sea un motivo para perder la vida. ¡Chao!

@_MarioCaballero

 

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