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LETRAS DESNUDAS

03 Noviembre 2021

MARIO CABALLERO

 INSEGURIDAD, ASESINATOS DE PERIODISTAS Y CARENCIA DE LIDERAZGO

Hay un hecho incontrovertible: en México la violencia sigue imparable. Aun con el despliegue de casi 100 mil elementos de la Guardia Nacional, la desmovilización social y el confinamiento derivado de la pandemia de Covid-19, en 2020 se mantuvo la misma tasa de homicidios de los dos años anteriores, con 29 homicidios por cada 100 mil habitantes, máximo que se alcanzó en 2018, cuando Andrés Manuel López Obrador llegó a la presidencia de la República.

Ese mismo año, según datos del Inegi, a diario murieron, en promedio, 98 mexicanos producto de las batallas entre grupos criminales, incluyendo periodistas cuyo único pecado fue haber ejercido su derecho a la libertad de expresión, su derecho a hacer su trabajo.

Claramente, ninguno de los más de 91 mil asesinados en lo que va de este sexenio merece un trato preferencial. Todos y cada uno son igual de importantes. Sin embargo, hay que reconocer que mucho pierde nuestra sociedad cuando un elemento de la prensa muere por informar, ya no se diga por revelar hechos y verdades que pueden incluso cambiar el rumbo del país.

Esa es la triste realidad de México. De acuerdo con Artículo 19, organización que defiende la libertad de expresión y el derecho a la información en el ámbito internacional, de 2000 a la fecha se han documentado 145 asesinatos de periodistas en nuestro país, en posible relación con su labor. Del total, 134 son hombres y 11 son mujeres.

En lo que va de la administración actual, ya son 25 los comunicadores ejecutados. De mayo a octubre de este año llevamos siete: Benjamín Morales Hernández (Sonora), Gustavo Sánchez Cabrera (Oaxaca), Saúl Tijerina Rentería (Coahuila), Ricardo López Domínguez (Sonora), Jacinto Romero Flores (Veracruz), Fredy López Arévalo (Chiapas) y Alfredo Cardoso Echeverría (Guerrero). Entre los dos últimos no hubo más que dos días de diferencia.

FREDY

Repito: esa es la triste realidad de México. Una nación donde dar una noticia, publicar una crítica contra el poder o exhibir casos de corrupción está amenazada de muerte. Parecerá cliché, pero hay que repetirlo una mil veces más: México es una de las naciones más peligrosas para ejercer el periodismo en el mundo entero.

Fredy López Arévalo, a cuya familia no tuve el placer de conocer pero a la que le externo mis sentidas condolencias, fue un periodista singular. Más allá de su olfato periodístico, su afilada pluma y sus comentarios empapados de lucidez y conocimiento, era una persona que no se metía con nadie. Ejercía el oficio con mucho profesionalismo, con ética y nunca abusó de su influencia mediática para hacerle daño a nadie ni para sacar ventaja en beneficio personal.

Las pocas charlas que sostuve con él fueron profundas e inteligentes, además de divertidas. Con su muerte, Chiapas ha perdido una voz autorizada para denunciar los abusos de los poderosos, unos ojos hábiles para detectar lo que estaba mal en nuestro entorno y una pluma ágil para interpretar, cuestionar, analizar y para develar sucesos ocultos. Porque hay que saber que ante la muerte de un periodista no se mata la verdad, pero la sociedad se queda muda y se le tapan los ojos.

Me sumo a las muchas voces que han pedido justicia por su cobarde asesinato y castigo eficaz para el o los que le quitaron la vida.

DOS ELEMENTOS CLAVE

Pero algo debemos tener muy en cuenta, que esto está sucediendo en un nuestro país, un territorio del que parece que nunca se va a poder acabar con la violencia. Por supuesto, duelen las muertes de colegas periodistas. Pero el problema va muchísimo más allá de eso. México se está desangrando y parece que nadie en el gobierno quiere verlo, mucho menos resolverlo. En este momento crítico, adolecemos de un liderazgo real, nacional, que quiera enfrentarse a la realidad, pero no el dicho sino con hechos.

Por ejemplo, cada vez que se cuestiona por el alto número de homicidios dolosos a Rosa Isela Rodríguez, secretaria de Seguridad Pública y Protección Ciudadana, dice que ese delito se ha contenido desde que inició la presente administración. Pero como vimos líneas arriba, eso no es completamente cierto.

Hasta antes de la guerra contra el narcotráfico, que empezó en diciembre de 2006, durante los primeros días del gobierno de Felipe Calderón, la vida transcurría de otra manera y la libertad de expresión, inclusive, no había sido tan castigada.

Una de las peores represiones de las que se tenía memoria fue contra el periodismo juvenil que se ejerció en Excélsior de Julio Scherer, que sufrió un atentado a manos del gobierno de Luis Echeverría Álvarez. O el asesinato de Manuel Buendía, el 30 de mayo de 1984, que tuvo por objetivo impedir que este periodista revelara la conspiración entre el Gobierno de México, el Vaticano y Washington para desestabilizar a Polonia.

Hoy, sin embargo, nada de aquello se compara. Si antes la represión venía por parte del Estado, ahora viene también de las organizaciones criminales.

Los periodistas no mueren porque quieren ni porque meten las narices donde nadie los llama. De ninguna manera, ellos sólo hacen su trabajo: informar. Incluso, hay veces que hacen las tareas que el Estado se niega a realizar, como investigar un homicidio, la desaparición de una persona, el vínculo entre una autoridad con alguna banda delincuencial y, al publicarla, se gana el odio de gente que no apela a los argumentos, sino a las balas.

Aunque no hay que soslayar que el gobierno, con sus descalificaciones, insultos y calumnias a la prensa, mucho ha contribuido en el descrédito de ésta ante la sociedad. Por un lado, la censura gubernamental; por el otro, las ráfagas del crimen.

ACCIÓN, NO PALABRERÍA

Por tanto, es necesario hacer consciencia colectiva para exigir un cese enérgico contra la violencia de los grupos criminales y contra los asesinatos de periodistas, quienes son muy valiosos para toda comunidad. Sin ellos no hay información, sin información no hay crítica, sin crítica no hay contrapesos al poder y sin contrapesos no hay democracia.

Necesitamos un líder que diga la verdad por más dolorosa que sea. No que trate de esconder los hechos o maquillar la realidad, como Rosa Isela Rodríguez que cada vez que sale en público asegura que la violencia va a la baja y que ya no hay matanzas como antes, cuando a diario sabemos de éstas.

Estando a punto de entrar a la segunda mitad del sexenio, se tiene que tomar el toro por los cuernos. Dejar a un lado la absurda palabrería y pasar a la acción. Porque cada día mueren asesinados 98 mexicanos; de repente un periodista. Y lo que vemos es que nuestras autoridades mandan un tuit lamentándolo y prometiendo justicia. Luego aparece ante las cámaras la secretaria Rodríguez echándole la culpa a los gobernadores y a los presidentes municipales.

Así la triste realidad de nuestro país, que está desangrándose por la falta de liderazgo nacional en materia de seguridad.

@_MarioCaballero

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