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Letras Desnudas

22 octubre 2024

Mario Caballero

¿POR QUÉ NO QUIEREN A UBER?

La polémica tras la entrada de Uber en Tuxtla Gutiérrez, está por demás. Incluso, el secretario de Movilidad y Transporte de Chiapas, Aquiles Espinosa García, está haciendo un papelazo.

En lugar de actuar como la máxima autoridad en la materia, procurando calmar los ánimos y anteponer el interés colectivo a los intereses de grupo, salió con la espada desenvainada amenazando con que meterá a la cárcel a todo aquel que se atreva a operar vehículos en la aplicación Uber sin contar con la debida concesión para el transporte de pasajeros.

Vaya relajo el que también armaron los líderes transportistas y algunos empresarios, que han protestado en contra de esta plataforma de transporte. Como se sienten amenazados, y no es para menos que se sientan así, demandan que el Gobierno del Estado se oponga a que esta empresa preste sus servicios en la capital chiapaneca. Ojalá que después del exabrupto del secretario de Movilidad impere la serenidad en las autoridades estatales y se concentren en estudiar los pros y contras de este servicio que, gracias a las nuevas tecnologías, ha venido transformado el mercado de la transportación privada en las ciudades.

Empero, debe admitirse, la actitud del secretario Aquiles es muy comprensible. Él argumenta que el artículo 113 de la Ley de Movilidad y Transporte del Estado de Chiapas es clara en cuanto a que establece que para la operatividad de estas plataformas tecnológicas el servicio deberá ser prestado por personas morales y mediante vehículos que cuenten con concesión o permiso otorgado por la propia secretaría.

Ni hablar. La ley es la ley y, aunque dura, tiene que cumplirse. Pero, ¿acaso las leyes no son perfectibles, dignas de revisión constante para que se adecúen a las necesidades de la sociedad actual?

¿TIENE RAZÓN EL SECRETARIO?

No soy nadie para darle lecciones de historia al secretario Aquiles, pero por si no lo sabe le comento que la historia del mercado de la transportación es tan vieja como la historia de las ciudades. En 1635, por ejemplo, el Parlamento del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, conocido también como Parlamento Británico, aprobó la primera ley en el mundo que autorizaba y regulaba el servicio de las carrozas de caballos en Londres como transporte de pasajeros.

La cosa no acabó ahí. Conforme fueron pasando los años dicha regulación se fue transformando, se fue afinando, sofisticando hasta la llegada de los vehículos automotores. Y como este mercado fue creciendo, hubo la necesidad de una licencia especial, expedida por el gobierno, para poder prestar ese servicio. Pero ¿por qué tiene que meterse el gobierno? ¿No sería más sencillo que la persona que necesita trasladarse encuentre a otra que esté dispuesta a llevarlo en su vehículo y listo?

El asunto no tan sencillo como parece. La intervención del gobierno en el sector transportista tiene su razón de ser y se llama “asimetría en la información”, que no es otra cosa que la diferencia de elementos informativos que hay entre el consumidor y el prestador del servicio.

Digámoslo de esta forma. Supongamos que la ciudad en que vivimos no existe el taxi. Por tanto, usted o yo no sabríamos si el auto que estamos abordando es manejado por una persona honesta o por alguien que nos va a robar, ya no digamos secuestrar. Ahí la necesidad de que se meta el gobierno, ya que lo único que nos dará seguridad de que estamos tomando un automóvil confiable es la regulación del Estado.

Por eso existen las placas que, a la vez que les da certeza a los usuarios, obliga a los taxistas, a cambio de este permiso, a prestar el servicio con cierta calidad y a cobrar ciertas tarifas. Asimismo, brindar seguridad a los pasajeros y a los demás choferes que andan en la vía pública. Porque también están obligados por la ley a contar con un seguro para pagar daños a terceros.

Pero no, esto no dice que tengas razón, Aquiles, y si te estás frotando las manos en señal de victoria, te equivocas. La bravata que hiciste en contra de Uber, y que se puede entender como una defensa a favor de los pulpos del transporte en Chiapas, sólo refleja tu ignorancia en el tema.

Porque empresas como Uber, que no es propiamente una empresa de transporte sino de tecnología, solucionó por medio de la misma tecnología el problema de la asimetría de la información. Es decir, ya no es necesaria la regulación y legalización del Estado. ¿Cómo lo logró?

Parece fácil, pero no lo es. A través de una serie de requisitos y procedimientos, Uber certifica a sus afiliados y, sumado a ello, también los usuarios califican a los choferes y a los coches en cada viaje. Los pueden premiar con cinco estrellas, que quiere decir que el viaje y el servicio fueron excelentes, o castigar con ninguna. Como política de seguridad y medida de satisfacción en el trabajo, los choferes también califican a los consumidores.

Algo que hay que tomar en cuenta es que, si un chofer de esta plataforma es persistente en cuanto a bajas calificaciones, es eliminado de la flotilla. Cosa que se desconoce que suceda con los taxistas, que por regular no tienen las unidades limpias, manejan como si estuvieran transportando ganado y con música a todo volumen, y se molestan si uno los reconviene.

Los autos de Uber cuentan con los respectivos seguros, emiten facturas conforme a la ley y las tarifas que cobran son conocidas y generalmente fijas. Este es otro punto que tampoco ocurre con un taxista concesionado en Tuxtla Gutiérrez. Si les pides factura, te la mientan, y te cobran lo que se les pega la gana.

Tampoco, Aquiles, es un buen argumento de que el gobierno tiene que intervenir para calibrar la oferta y la demanda de la ciudad para que no haya una sobreoferta de taxis, lo que conlleva a una caída en los precios y afectaciones en las vías públicas. No.

Aplicaciones de internet como Uber utilizan algoritmos que permiten calcular la oferta y la demanda en tiempo y espacios. Mejor explicado, basada en modelos probabilísticos indica dónde y a qué hora se necesitan más servicios en la ciudad. En lugar de que los choferes anden circulando por las calles buscando “cazar” un pasaje, gracias a esta plataforma tecnológica conocen los lugares y horarios donde hay más demanda. Y con ello también miden la cantidad de unidades que se necesitan.

¿POR QUÉ OPONERSE?

Entonces, ¿por qué oponerse? Porque oponerse a la entrada de este servicio de transporte privado es también impedir a que los ciudadanos encuentren en ello una fuente de autoempleo, a que las personas elijan con libertad el transporte que mejor les convenga.

Es resistirse a los cambios en la dinámica social. Es negarse, paradójicamente, a la libre competencia. Lo que ahora se requiere es que muchas empresas puedan prestar un servicio similar.

Los líderes transportistas y los empresarios que son dueños no de dos, ni de tres, sino de cientos de concesiones de transporte público, en lugar de andarle pidiendo al gobierno que impida el avance hacia el futuro o que lo regule igual que al pasado, deberían mejor organizarse en consorcios con aplicaciones como la de Uber, a ver si así brindan un servicio más placentero.

Pero no, parece que se les hizo más fácil presionar a las autoridades para que ellos, los pulpos del transporte, se queden con todo el mercado.

@_MarioCaballero

 

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