Por Jaime Arizmendi
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+ Asesinos de Buendía, ¿lo Acusarían hoy de Comunista?
Argonmexico / Otra vez la burra al trigo… El sábado 7 de junio pasado, Comunicadores Por la Unidad AC celebró en el Club de Periodistas de México el Día de la Libertad de Expresión, con un foro para analizar la situación financiera de los medios de comunicación en nuestro país y en otras naciones como Argentina.
Si bien, entre las diversas intervenciones de los colegas sobresalió la preocupación en torno a la proyectada legislación en materia de telecomunicaciones que, algunos la ven como una Ley Mordaza o Ley Espía; no se puede ignorar cómo se gastan los recursos del erario por el concepto de Publicidad Institucional.
Más allá de los dineros públicos “etiquetados” desde la Cámara de Diputados, destinados a la difusión de programas y actividades que se efectúan por parte de las dependencias o entidades paraestatales integrantes de la Administración Pública Federal; se requiere verdadera claridad en lo que gasta cada instancia en medios de comunicación.
Al respecto tienen mucho que decir y aclarar las o los responsables de las áreas de coordinación o “enlaces” con medios de comunicación. Flaco favor, hacen los “jefes de prensa”, o voceros, a quien los designa para ocupar dicho encargo. Y aquí cabe la pregunta: ¿están para acercar al funcionario y sus actividades a los medios para su difusión, o para alejarlos?
Valga una remembranza: El 7 de junio de 1982, medio año antes de que cediera el mandato a Miguel de la Madrid Hurtado, el presidente José López Portillo dejó para la historia su advertencia: “No pago para que me peguen”. Lo dijo porque había suspendido la publicidad oficial a Proceso, cuando la revista, semana tras semana criticaba las acciones del gobierno.
Aquella fecha, durante la comida que ofrecía la Presidencia de la República para conmemorar el “Día de la Libertad de Expresión”, y a la cual solamente acudían los “dueños de periódicos y revistas de México”, el periodista Francisco Martínez de la Vega aludiría en su intervención la actitud hostil hacia los medios y al uso coercitivo de la publicidad.
La respuesta de López Portillo fue: ¿Una empresa mercantil organizada como negocio profesional, tiene derecho a que el Estado le dé publicidad para que sistemáticamente se le oponga? Ésta, señores, es una relación perversa, morbosa, sadomasoquista, que se aproxima a muchas perversidades que no menciono aquí por respeto a la audiencia. Te pago para que me pegues. ¡Pues no faltaba más!
La frase significaría que el dar publicidad oficial desde el poder ejecutivo implicaba que los medios de comunicación no criticaran al presidente. Y es que la libertad de expresión era un derecho garantizado por el Estado. Contaba con PIPSA, paraestatal controlada por la Secretaría de Gobernación que subsidiaba el papel a la prensa escrita, a crédito o sin pago.
A esta “ayuda”, el gobierno le añadía otros “apoyos”, como la Cartelera de Cines, la publicidad de la Lotería Nacional, Pemex, CFE… y notas que políticos “encargaban” a directivos y reporteros; que dieron paso a verdaderos emporios de la prensa escrita.
Para entonces, en las clases de periodismo siempre se hablaba del caso de El Diario de México, cuando en su edición del 23 de julio de 1966, aparecieron en la página 3 dos fotografías: en la del ángulo izquierdo se observaba al Presidente Díaz Ordaz con varias personas en la Convención de gasolineros; y en el derecho, un par de primates adquiridos por el Zoológico de Chapultepec.
Pero hubo un “error”. Los textos de pie de cada fotografía eran distintos. Los chimpancés estaban con el párrafo que decía: GDO en la Convención de Gasolineros; y en la que se encontraba el Presidente se leía: “estos son los primates adquiridos por el Zoológico.
La furia no se hizo esperar. Desde “muy arriba” se ordenó “dejar de apoyar” al periódico ofensor, se le quitó la publicidad de la cartelera de cines y teatros, la de la Lotería nacional y hasta los edictos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
El Director del periódico en memorándum que le envió al Secretario le informó sobre los resultados de su investigación interna. Había cesado a 7 colaboradores del periódico por el “error” mal intencionado, pero eso era insuficiente. El Diario de México dejaba de contar con los “apoyos” que le daba el Gobierno.
De nada sirvieron las disculpas ofrecidas, el periódico comenzó a resentir el boicot implementado, y ante el nulo apoyo del gobierno, el diario fue desapareciendo de forma paulatina. Como fuera, la ira desatada al primer círculo del Presidente y a él mismo terminó con la extinción de “El Diario de México”.
Pasaba la mitad del gobierno de Luis Echeverría cuando un destacado maestro de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, el columnista Manuel Buendía planteaba: “El periodismo es esencialmente información. Por tanto, es un instrumento de la comunicación social y, en consecuencia, el periodismo es parte de la política.
“Todo periodismo pertenece a la política. Es la política en acción. Es siempre un acto político. Todo, incluso la nota roja que expresa, que da a conocer, que avisa o advierte sobre síntomas de degeneración social como puede ser la violencia, el crimen, la impunidad”.
El 30 de mayo de 1984, Manuel Buendía Tellezgirón fue asesinado de 5 disparos por la espalda al salir de su oficina, cerca de Paseo de la Reforma e Insurgentes, en la ciudad de México. Así acabaron con la vida del autor de la columna «Red Privada», la más leída e influyente de la segunda mitad del siglo XX. Hoy lo acusarían de “Comunista”.
Aunque luego de su homicidio se detuvo al asesino material, identificado como agente de la Dirección Federal de Seguridad, y hasta se culpó y encarceló al entonces titular de la llamada “policía política de la Secretaría de Gobernación”; en la mente de muchos periodistas prevaleció otra idea.
Y es que, con magníficas fuentes de información, Don Manuel escribía sobre la ultraderecha mexicana e internacional, de sus vínculos con la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés), de los ataques a Cuba desde Estados Unidos, la corrupción, el narcotráfico y más. Muchas veces su trabajo fue censurado desde las altas esferas del poder.
Con todo, su muerte significó la más dura violación a la libertad de expresión desde el poder político, ya coaligado de manera creciente al poder económico. “¿En dónde radica el valor de Buendía? En su buena información, su buena prosa, su capacidad de denuncia, su falta de miedo y su archivo…” dijo Elena Poniatowska en el Prólogo al libro de Buendía “La CIA en México”. Sí, con él, los poderosos de entonces le cerraron el paso también a la libertad de pensamiento…
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