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LETRAS DESNUDAS

06 Diciembre 2017

MARIO CABALLERO

NI PERDÓN NI OLVIDO

Hace nueve meses, Los Ardillos “levantaron” a una persona que estaba en una parada de autobús en Chilapa, Guerrero. En pleno centro de la ciudad, hombres armados lo obligaron a subirse a un taxi y se lo llevaron. Lo torturaron durante dos días, como se pudo ver en un vídeo en YouTube que fue difundido en las redes sociales.

En las imágenes se ve a Christian respirando hondo para tener el suficiente aire para contestar las preguntas. Jadea. Tiene las manos amarradas tras su espalda. Se nota su cansancio y dolor. Su rostro, empapado en sudor y lágrimas, está rodeado de fusiles de alto poder. Tiene un cañón pegado a la sien. Le gritan. Lo golpean. Responde cada pregunta entre sollozos pero con voz clara. Es obvio que no tiene otra opción.

Por momentos se escuchan varias voces, pero hay una en especial que lo cuestiona pidiéndole nombres. Christian le da los nombres de los que apoyan a El Chaparro, Zenen Nava Sánchez, el líder de Los Rojos en la región y con quienes Los Ardillos se disputan el territorio. Amenazado con un arma que le apunta directamente a la cara, añade que en Chilapa hay por lo menos 50 sicarios que están dispuestos a enfrentarlos.

La mañana del 6 de marzo de 2017, policías municipales lo encontraron tirado en una calle de la colonia Panorámica de Chilpancingo, junto al cuerpo de otro joven y un narco mensaje. Tenía un tiro en la cabeza y estaba inconsciente. Paramédicos de la Cruz Roja lo trasladaron al hospital, pero muy poco pudieron hacer. La bala incrustada en su cabeza fue letal. Christian murió a los catorce años de edad. Su asesinato fue el preámbulo de una semana de terror en Chilapa que en sólo ocho días  arrojó 24 homicidios.

EL INFIERNO

Chilapa de Álvarez se localiza a 54 kilómetros de Chilpancingo, capital del estado de Guerrero. Es conocida como una población de grandes artesanos que ofrecen sus productos en los coloridos mercados y tianguis locales. El apoyo de organizaciones sociales del lugar ha sido importante para el comercio artesanal, que se ha extendido a lo largo y ancho de la República. Sin embargo, en los últimos años los enfrentamientos de los grupos criminales lo han convertido en un infierno.

En la entrada principal de Chilapa hay un arco que da la bienvenida. Justo en esa zona hay un retén del Ejército que revisa los autos, especialmente los taxis y las motocicletas. Aparte del clásico letrero de “Bienvenidos a Chilapa”, hay otro más pequeño pero que llama más la atención. Dice: “Ayúdenos a localizarlos”. Le pertenece a un módulo de acopio de información para encontrar a personas desaparecidas.

Cerca de ahí, como a ciento cincuenta metros, un taxi comenzó a incendiarse de repente. Eran las siete de la noche del domingo 12 de marzo de 2017. “No me había dado cuenta, pero cuando llegaron a apagarlo vi que había cuerpos. Primero vi una cabeza y después las otras partes. Eran muertos de días, porque las bolsas tenían cal”, contó atrincherado entre bultos de arena el soldado que realizó el reporte del hallazgo.

Ese mismo domingo, pero en la madrugada, un auto llegó a esa ubicación con cinco personas, tres de éstas estaban heridas. Venían del centro de la ciudad donde varios hombres montados en motocicletas les dispararon por no detenerse cuando se los indicaron. Una mujer embarazada murió. Cuentan que se dirigían al hospital porque uno de ellos se sentía mal, y por eso salieron juntos para que no los atacaran.

Hace tres años, cinco personas que almorzaban en una comunidad de Chilapa también fueron “levantados” por Los Ardillos. Los llevaron a Quechultenango, municipio que es bastión de esa banda delincuencial.

Los cinco levantados eran familiares. Entre ellos había dos arquitectos, un empresario de la construcción y dos comerciantes. Estaban trabajando en el programa Escuelas de Calidad del gobierno federal. Tenían consigo aparatos topográficos, herramientas, objetos personales y ochenta mil pesos en efectivo. Días después, el 24 de noviembre de 2014, aparecieron torturados, quemados y decapitados en un crucero.

José Díaz Navarro, hermano de las víctimas, interpuso la denuncia correspondiente. Al hacerlo, descubrió que más de 130 personas habían sido brutalmente asesinadas por Los Ardillos. También supo que los familiares de las víctimas tenían meses, incluso años buscando justicia en la mar de los procesos judiciales, pero lo único que habían encontrado era impunidad. Apoyado con esas personas, el profesor Díaz Navarro formó la organización “Siempre Vivos de Chilapa”, que incansablemente busca que las autoridades detengan a dicha banda y cesen por fin los homicidios.

Las 130 muertes de ese entonces, es ahora una simpleza. Pues desde el 1 de enero al 30 de noviembre de este año van 245 ejecuciones relacionadas con Los Ardillos, que son comandados por Antonio y Celso Ortega Jiménez, hermanos del perredista Bernardo Ortega Jiménez.

Cuentan las familias de esos 245 occisos que tuvieron que recoger a sus hijos, padres o hermanos en pedazos, porque el método de esta organización criminal es el desmembramiento y, luego, la incineración.

Los Ardillos han causado el peor brote de mortandad que se recuerde en Guerrero. Se dedican al secuestro, extorsión y a las desapariciones de personas de las que pueden obtener dinero. Hay reportes de que han violado y asesinado a jóvenes. Los centros donde operan impunemente son Quechultenango, Mochitlán, Tixtla y Chilapa, comunidades en que las calles se quedan desiertas a partir de las cinco de la tarde y donde el transporte público deja circular a partir de esa hora. Por la ola de violencia, cientos de escuelas se han visto en la necesidad de cerrar de modo indefinido.

¿PERDÓN A LOS ASESINOS?

Los habitantes de Chilapa, que tienen una cuenta pendiente con Los Ardillos, confiesan que viven cada día como si fuera el último de sus vidas.

Hasta esa localidad fue Andrés Manuel López Obrador, el indudable candidato de Morena a la Presidencia de la República, para anunciar que está analizando ofrecer el perdón a los líderes de los grupos criminales para –según él- “garantizar la paz y la tranquilidad”.

“Si es necesario vamos a convocar a un diálogo para que se otorgue amnistía, siempre y cuando se cuente con el apoyo de las víctimas, los familiares de las víctimas. No descartamos el perdón. En mi tierra siempre se dice ‘ni perdón ni olvido’, yo no comparto eso. Yo sí creo que no hay que olvidar, pero sí se debe perdonar si está de por medio la paz y la tranquilidad de todo un pueblo”, dijo AMLO el sábado 2 de diciembre.

–       ¿Esta amnistía alcanzaría a los líderes de los cárteles? –le preguntó un reportero.

–       Vamos a plantearlo –contestó López Obrador-. Lo estoy analizando.

En la última década, la violencia relacionada con los cárteles de la droga ha dejado más de 250 mil muertos. Son Guerrero, Tamaulipas, Veracruz, Michoacán, Chihuahua, Sinaloa, Jalisco, Estado de México, Guanajuato, Nayarit, Baja California, Baja California Sur, Nuevo León, entre otras, las entidades que más han padecido ese baño de sangre.

A la sazón, ¿el perdón que AMLO analiza, el que no descarta, es la solución a la violencia o consiste en darles impunidad a los asesinos?

Como muchos otros, yo también estoy convencido de que la guerra que inició el ex presidente Felipe Calderón contra el narcotráfico no ha dado buenos resultados. Por el contrario, sólo sirvió para recrudecer la violencia. Pero perdonar a los capos, difícilmente garantizará la paz social y la tranquilidad. Será sólo una forma de cancelar el acceso a la justicia para cientos de miles de personas que la han buscado durante años.

En El retrato de Dorian Grey, Óscar Wilde escribió: “Todos llevamos dentro el cielo y el infierno”. Con ese absurdo y reprobable anuncio, López Obrador está demostrando su indolencia frente a la sociedad. Si por un lado se muestra un férreo combatiente de la corrupción, por el otro no sólo se convierte en un protector de los delincuentes, sino hasta está pensando cómo darles mayores facilidades de operación.

¿Ese el presidente que necesita México? De ninguna manera.

Al respecto, para entrar en razón, el profesor José Díaz Navarro opinó: “Ojalá que a AMLO nunca le secuestren, torturen, asesinen, despedacen y quemen a sus seres queridos. A ver si después de eso vendría a Guerrero a ofrecer perdón”. ¡Chao!

@_MarioCaballero

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